La pintura de Joan Martí se puede situar dentro de la figuración no creativa. Es decir, inscrita en aquella otra que, prescindiendo de la invención de formas halla imagen concreta en el paisaje, en el bodegón, en el retrato o en la figura…, temas eternos de la pintura que Joan Martí incorpora, con voz impregnada de modernidad a su hacer continuo de artista.

Temas por ptra parte, que cultiva, preocupado por hallar al realizarlos algo que se acerque y lleve a la belleza. Palabra mágica, hoy un poco o un mucho desechada, que se adivina en la intención que el pintor persigue con su obra.

Obra figurativa, pero tambien producto de un buen número de sumandos que desde el academicismo aprendido en los primeros años de su formación, a la abstracción respirada e incorporada – especialmente en sus fondos- sin perderse jamás en ella, más exactamente, sirviéndose de ella para sigularizar la imagen resultante, han configurado una expresión tan personal que hace que una obra salida de su mano tenga sello, apellido propio.

Imagen personal que lleva a la verdad a través, también, de otros sumandos –pincelación larga y segura, dominio del dibujo que puede hacer si quiere, realista, pero que se prefiere determinar caligraficamente, dentro de una estilización de signo decididamente lírico; sentimiento de color que establece luminosamente en sus pinturas, que une, todavía, al intimismo que sabe incorporar a unas obras siempre bañadas por una luz que envuelve los temas de unos motivos que conocen, así, el frescor, casi sensualidad, de una expresión muy estimable, llena de cualidades cromáticas y de aciertos tácticos– en orden a la composición– y técnicos que, nacidos de un inicial dibujo, acogen el color y terminan, siempre, en obra plástica.