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Joan Martí: Un pintor extraordinario. Por: Ricardo Fernández de la Reguera

Sobre su personalidad artística,  Joan Martí ha hecho, entre otras, las siguientes manifestaciones:

Soy un pintor figurativo. Un neoimpresionista más omenos. Es difícil definir la pintura de uno mismo. Uno pinta y nada más.

Observo una coincidencia muy notable entre la creación pictórica y la literaria. A mí -y creo que la mayoría de los colegas novelistas abundarán en esta opinión- también me resulta difícil definir mi propia expresión literaria. Yo soy un escritor realista o “neorrealista” , según me ha clasificado la crítica española y extranjera. pero, en definitiva, suscribo la atinada afirmación de Joan Martí: “Uno pinta y nada más”; y el otro hace exactamente lo mismo: escribe y nada más.

A mí lo que más me atrae es la figura, sobre todo el retrato. Mis grandes admirados como retratistas son Velázquez, Rembrandt, Vermeer…

No me sorprende nada en absoluto que Joan Martí rinda homenaje de admiración a los colosales genios de otras épocas. También los novelistas veneramos a los grandes maestros. Es muy posible que en la producción pictórica de Joan Martí -como en la literaria del autor de estas líneas- pueda rastrearse la influencia de sus ilustres antecesores, pero ¿qué importa eso? Joan Martí ha declarado: “No me preocupan las influencias”. Naturamente que no le preocupan, porque el artista plástico intenta -lo mismo que el escritor- reflejar en su quehacer la propia personalidad y Joan Martí lo ha conseguido con pasmosa maestría.

Joan Martí figura entre los más destacados y se haya a la altura de los grandes de otros tiempos. Para acreditarlo, ahí están los numerosos y magníficos retratos de sus familiares, el de Josep Pla, tan henchido de sugerencias y tantos otros.

La figura me gusta pintarla dentro de su ambiente, en su atmósfera o realidad.

En efecto, ya sea en la pobretona escenografía de sus asombrosos gitanos, que me hicieron recordar a Nonell por la maestría y complacencia en pintar gentes himildes; ya se trate de un acontecimiento de índole política, como la “Diada de l’lOnze de Setembre”, ya en sus admirables visiones urbanas multitudinarias de tan compleja y difícil captación como el “Mercat del Ram” y el “Rallye”, ya en una clase de arte en la “National Gallery”, con el encantador descuido infantil de unos chiquillos; en una reunión amistosa, en la entrañable intimidad hogareña y, en definitiva, por doquier, Joan Martí consigue reflejar a la perfección no solamente una atmósfera determinada, sino que su consumado arte las satura de una seducción singular, rebosante de misteriosas sugerencias.



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