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La ciudad

Los impresionistas amaban la naturaleza y su corazón se ensanchaba cuando podían instalar su caballete en la ribera de un río o a campo abierto. Pero, al mismo tiempo, estaban fascinados por París, que precisamente en aquellos años protagonizaba un increíble desarrollo urbanistíco. Bajo la dirección del barón Eugène Haussmann, la vieja ciudad, que aún conservaba su aspecto mediaval, se transformó en una gigantesca metrópolis. Barrios enteros se derribaron para dejar sitio a los grandes bloques, habitados por la nueva burguesía, y a los imponentes edificios públicos, entre otros las monumentales estaciones ferroviarias, que los pintores impresionistas eligieron como símbolo del progreso tecnológico. Los amplios bulevares arbolados, con sus anchas aceras, a las que asomaban los cafés, los restaurantes, los teatros y las salas de baile, estaban abarrotados a cualquier hora del día por una gran cantidad de peatones y carrozas, a menudo representados en las pinturas de Caillebotte o de Camille Pissarro. Estos últimos abordaron también el tema del trabajo, pero solo en un número limitado de obras, y pasaron por alto casi por completo los delicados problemas sociales de su tiempo, a diferencia de lo que hacían, en aquellos mismos años, otros artistas italianos e ingleses.

Aunque provenían de diferentes clases sociales, los impresionistas se sentían en general próximos a la burguesía, con la que compartían gustos y mentalidad. Les agradaba frecuentar los cafés y las salas de baile, donde ambientaron algunas de sus obras más alegres y serenas. En muchas de ellas celebraron las diversiones nocturnas, de las más sencillas e inocentes, como los espectáculos de circo, a las más lujosas y refinadas, como el bar del Folies-Bergère de Edouard Manet; de los ambientes cultos de los teatros líricos o de comedia a aquellos más despreocupados de los café-concert, llegando incluso a algunas alusiones, más o menos explícitas, a la realidad de la prostitución, que encontró su máximo cantor en las pinturas de Henri de Toulouse-Lautrec.

El 15 de diciembre de 1875, por ejemplo, se inauguró el teatro de la Ópera, realizado según el proyecto del arquitecto Charles Garnier: el gra edificio, uno de los mayores centros culturales de aquellos años, fue otro de los asuntos preferidos de los impresionistas: mientras algunos, como Mary Cassatt o Pierre-Auguste Renoir, centraron su atención en el público, otros, en paticular Edgar Degas, eligieron a los músicos de la orquesta o las bailarinas en el escenario, como protagonistas de muchas de sus obras maestras. Po último no debe olvidarse , las carreras hípicas en el nuevo hipódromo de Longchamp,, construido en 1857, en el Bois de Boulongne, en la periferia de París. A imitación de la larga tradición británica, también los burgueses franceses convirtieron el acotecimiento deportivo en una cita mundana, como puede verse en las pinturas de Manet y Degas.



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