Otro género pictórico tradicional, que fue revitalizado por los impresionistas, son las representaciones de niños. Desde siempre los artistas y los poetas han visto en ellos el símbolo de la pureza i la inocencia. En la antigüedad los retrataron con apariencia de Cupido o de amorcillos, como faunos, sátiros, jóvenes dioses y héroes. Desde el Medievo encontramos a los niños en las pinturas de tema sagrado o mitológico, en las representaciones de la vida cortesana y en las escenas de género, tomadas de la vida cotidiana de los campos y las ciudades.
Este tema alcanzó su apogeo en el siglo XIX: en verdad, fue un siglo en que los niños eran muy mal tratados, víctimas de la explotación de menores e incluso encaminados en plena juventud hacia la prostitución; sin embargo, con cierta dosis de hipocresía, se convirtieron en los protagonistas de numerosas telas, pletóricas de un sentimentalismo tan desabrido y empalagoso como retórico y falso.
Muy distinto fueron los niños representados por los impresionistas: basta tomar, como ejemplo, -Los hijos de Martial Caillebotte, de Renoir- para darse cuenta de toda su delicada sensibilidad poética, de la garbosa atención que les dedicó y de la fresca espontaneidad con que los representó, que no desmerece la comparación con los pintores ingleses, maestros de este género pictórico.