Los pintores de Barbizon, a los que la crítica considera los más inmediatos precursores de los impresionistas. no fue una verdadera escuela y tampoco un grupo homogéneo. Su nombre deriva de la pequeña aldea de Barbizon, en las proximidades del bosque de Fontainebleau, elegido como lugar ideal para pintar en plein air por Théodore Rousseau, que se estableció allí en 1836. Muy pronto lo imitaron otros paisajistas que buscaban en esos lugares una relación más espontáneay directa con la naturaleza: entre muchos otros, recordamos a Constant Troyon, Jules Dupré, Charles-François Daubigny, Narcisse Virgile Díaz de la Peña, Antoine Louis Barye y Alexandre Gabriel Décamps.
Su deseo era emanciparse de las enseñanzas anticuadas y coercitivas de la Académie y a la vez huir de la confusión de las ciudades y los falsos mitos del progreso tecnológico, para encontrar una nueva inspiración en los bosques y los campos. Pero, al mismo tiempo, su regreso a la naturaleza difería mucho de la idealización neoclásica y del lirismo de los románticos. Sus modelos pertenecen más bien a la tradición paisajística inglesa y las composiciones de los maestros holandeses y flamencos del siglo XVII. No transfiguraban la realidad ni hacían nada por embellecerla, sino que la representaban tal como es y como se mostraba a sus ojos, por más humilde y banal que pudiera parecer. Por eso abandonaron los talleres y prefirieron pintar al aire libre, en plein air. No era una técnica nueva: ya en el pasado los paisajistas efectuaban rápidos esbozos al natural, bocetos preparatorios para la pintura propiamente dicha, que con posterioridad realizaban en el estudio. Los pintores de Barbizon, en cambio, querían enfatizar su vínculo directo y espontáneo con la relaidad y trasformaron aquella actividad previa al estudio en la verdadera creación artística. Daubigny fue de los primeros en considerar acabado aquello que había pintado del natural, sin necesidad de ulteriores retoques, y en 1857 construyó un estudio flotante, llamado botin, imitado algunos años más tarde por Monet. A los críticos les costaba bastante acptar este método y es significativo el hecho de que la acusación que generalmente se les hacía era la de ser superficiales y de <<conformarse con las impresiones>>. No debe olvidarse, por último, que esta actividad se vio simplificada por la invención de los tubos metálicos, en torno a 1840, que permitía una mayor manejabilidad y duración de los colores al óleo; además, la difusión de los caballetes portátiles y de otros equipos adecuados facilitó su trabajo, haciéndolo menos incómodo.