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Luz de presencia humana en la obra de Joan Martí

El colorido denso, ricamente matizado, llevado a profundo realismo, tiene, en Joan Martí., un experto conocedor del arte que se humaniza en el mismo arte. Es decir, hay en él, una captura tan directamente humanizada desde el ojo al fondo del espíritu que, al momento, el paisaje o personas descritos en la tela se nos vuelven “cosa nuestra” que nos invita a amarla. Y es porque el pintor sabe encenderle una luz espiritual que lo llena todo, lo bautiza todo con una magia delicada que tiene la virtud de sublimar la visión por admirables contrastes de un realismo plural de armonías. El menor espacio de su pintura está calibrado en plurimatices cromáticos que llevan el conjunto de la obra a una evidente textura de perfecta belleza. Nos causa hondo placer estético esta ascua de luz realista, bañada en un mar de fresca sensatez, donde una pequeña figura de feliz feminidad vive su momento de magnifica livertad veraniega. Y es que el arte “tiene esas cosas”: va sumando y multiplicando su riqueza misteriosa de buen ver, sin que nosotros comprendamos el qué y el cómo de este proceso. Su acumulación de “valores pictóricos” ha subido más de lo previsto en nuestro primer asombro. No puedo olvidar lo que en otra ocasión dije de J.M.: su pintura es un asombro continuado de visión, y que tan solo el pintor introducido sabe meternos dentro de su propio hacer creativo. El pintor “arrebata” al espectador, llevándolo hasta su interior artístico, donde nos salen al paso claras conjeturas y consideraciones de una amena estética. la amplia sugestividad de los temas tratados por J. M, da lugar a variadas texturas de planos agradablemente realistas.Logra este efecto por su enorme recursividad de matices y veladuras mágicas que aletean hasta calibrarse en un estricto dominio de la figura humana o en la espaciosidad de un área pictórica. Y otra admirable consecuencia victoriosa es esta monumental cabeza de espléndido roquedal, bañando su gigantismo en la paz mediterránea glorificada por un vetusto pino. Dificimente podría uno definir tal extraordinariedad de patentes valores y firme belleza, genuinamente propia de J.M., el de los asombros del buen hacer, el que enciende las doradas luces que permiten tantas sutilezas de juegos armónicos. Naturalmente su especialidad rigurosamente humanista la vemos en sus figuras. Hay serenidad de cadencia musical que fluye de sus rostros. Su proporción arquitectónica es mesura de pleno saber antropólogico. No quiero pasar sin recalcarlo.- Joan Martí sigue marcándose progresivas delicadezas dentro del expresivismo psíquico y siempre misterioso del sentir humano. hay plenitud de pausa sin prisa en este grupo que ha detenido su charla para que el pintor tomase tranquila nota de su “status” parlamentario de lo divino y de lo humano; es ese poético instante en que los contertulios van tejiendo, con hilos de amistad, la tela de sus vidas, complemento del bien vivir y nadar gracilmente por la vida de buena relación. Sí, J.M., además de esa fémina pulcramente ataviada para la fina tentación, sabe que existe el necesario mundo de la rica amistad y su hábito de gratitud tiene sus visos amables.

Guillem Morey Mora.



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